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LEONARDO CONTADO A LOS NIÑOS

LEONARDO CONTADO A LOS NIÑOS II

    Pedro descubrió por casualidad esta secreta vocación de su hijo. Un día entró en la habitación del muchacho y vio un montón de papeles enrollados. Eran dibujos. "No son malos -se dijo a sí mismo- en realidad son más bien buenos." Sin pérdida de tiempo se puso bajo el brazo el rollo de papeles y fue a mostrárselos a Andrea di Cione, llamado Del Verrocchio.
- Mire, maestro le dijo- He encontrado estos dibujos de mi hijo.¿Qué le parecen?
Verrocchio los miró uno por uno,con creciente interés, y finalmente
preguntó:
- ¿ Cuantos años tiene el muchacho?
- Diecisiete
- Bien, tráigamelo. Vendrá a vivir conmigo y yo haré de él un gran pintor.
Al día siguiente, acompañado de su padre, el joven Leonardo se dirigió al taller de Verrocchio donde entró como aprendiz. No tuvo miedo ni se sintió perdido. A decir verdad, no se encontró solo cara a cara con un maestro severo. Un grupo de alumnos lo acogió con ruidosas muestras de simpatía. Eran muchachos de su edad, destinados ellos también a ser un día más o menos famosos. Los mayores eran Sandro di Mariano Filipepi, conocido más tarde como Sandro Botticelli, y Pedro Vannucci, llamado el Perugino. Entre los más jóvenes se distinguían Lorenzo di Credi, Francisco Botticini y Francisco di Simone.
En el inmenso taller lleno de yesos y de bloques de mármol, con mesas en las que se amontonaban pinceles y colores, y en un ambiente de trabajo- febril y de creación permanente, Leonardo se sentía feliz junto a sus compañeros. Realizaba de buen
grado las tareas más humildes como barrer el suelo, lavar los platos, machacar las tierras de color, preparar los colores, limpiar los pinceles, servir de modelo para una estatua de David que esculpía el maestro. Pero sobre todo miraba, observaba, imitaba para aprender pronto y bien. Poco después se le asignó la tarea de
preparar el estuco para los frescos, luego la de trasladar al muro los
dibujos realizados sobre cartulinas y, finalmente, se le permitió tomar los pinceles para dar los últimos toques a las obras de su maestro.
Un día Verrocchio encomendó a Leonardo que pintara la cabeza de
un ángel en un gran cuadro que representaba el Bautismo de Jesús.
Una vez terminada la cabeza, observó el maestro que el otro ángel, que él mismo había pintado previamente, no tenía comparación con el de su joven discípulo. Entonces, según algunos de sus biógrafos, Verrocchio quebró sus pinceles como para indicar que a partir de ese momento no volvería a pintar.

El bautismo de Jesús, Andrea Verrochio

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